martes, 28 de junio de 2016

COLUMNA

Mundo de Pipiluyos

Apolinar Castrejón Marino
De repente, tuvimos la ocurrencia de saber cómo era la vida cotidiana en Europa durante los siglos V, VI y VII, pero ni los libros, ni la Internet nos fueron de utilidad. Así que recurrimos a la sabiduría de un maestro, pero de esos maestros que saben muchas cosas, y las enseñan con inteligencia y buen tino. 
 Por principio, nos señaló a una jovencita que se encontraba cerca y nos preguntó si sabíamos porque la botonadura de su blusa es contraria a la de los hombres. Los hombres se abotonan sujetando los ojales con la mano izquierda, e introducen los botones con la mano izquierda, y las mujeres lo hacen a la inversa.
 Como o sabíamos, se aprestó a ilustrarnos que en el siglo XVI las mujeres no se vestían solas, y que a quienes las ayudaban a vestirse, se les facilitaba que la botonadura estuviera al revés. Pero más nos sorprendió cuando nos dijo que en esa época no existían los pantalones, y que los hombres tenían que utilizar mayas.

 Por poco nos daba el soponcio cuando nos dijo que en los siglos III y IV las gentes hacían el sexo en las calles, como lo hacen los perros en nuestros días (¿?). Y todavía más tenían relaciones con sus hermanas y con sus madres. 
 La ignorancia era generalizada, y no alcanzaban a relacionar el acto sexual, con la procreación. Unos creían que los niños nacían porque las mujeres respiraban cierto polen de las flores, otros pensaban que la luna hacía que las mujeres engordaran hasta tener un bebé.
 Había una religión que enseñaba que una palomita hacía que las mujeres se embarazaban. Y también enseñaban que los ríos pueden traer a los bebés en una canasta.
 A propósito de religiones, durante el siglo VII después de la tragedia de Cristo, el emperador Constantino promovió el cristianismo para que pusiera un poco de orden en la vida licenciosa de los ciudadanos del amplio imperio romano, que habían caído en la depravación.
 Así que los cristianos empezaron a predicar que el sexo debía hacerse con discreción, en la intimidad del hogar, que no debería hacerse con las hermanas, ni las madres, ni con ningún familiar. No queda constancia de que argumentos utilizaban, pero la gente fue invadida de asco hacia sus familiares por cuanto al sexo.
 Nadie parecía tener deseo por una mujer que estuviera en etapa de amamantar a su cría, y menos si fuera vieja. Las mujeres que tuvieran una pareja con la cual querían permanecer, se vestían con ropas largas y de poco colorido. No se peinaban ni cortaban el cabello. Con estas acciones pretendían pasar desapercibidas y no despertar ninguna provocación.
Con el paso de los años, más detalles fueron siendo adoptados para diferenciar a las mujeres casadas, de las que estaban buscando una pareja. Desde el siglo XVII y hasta nuestros días, las mujeres casadas utilizan una sortija, lo que indica a los hombres, que tiene dueño y debe ser respetada.
La línea de ropa para las mujeres casadas, es más elegante y refinada, y hay una etiqueta más rigurosa para ellas. Las señoras han tenido muchas concesiones por parte de la sociedad, a través de muchos siglos: se suele conceder los lugares más seguros en los vehículos, durante un accidente en agua o tierra, se acostumbra exigir “Las mujeres y los niños primero”.
Pero este orden largamente conseguido, parece haber llegado a su fin, debido a las exigencias de igualdad que profieren los grupos feministas liberales y de pipiluyos. Y van más allá de lo que nos enseña la evolución de la sociedad.
Según sus argumentos, quienes tratan de conservar cierta certidumbre en el trato cotidiano, en las características propias de cada sexo, y en cuanto en la conformación de la figura del hogar, son retrógradas y primitivos ¿Cómo ve Usted?

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