martes, 20 de septiembre de 2016

COLUMNA

Psicopatología de la vida cotidiana 

Apolinar Castrejón Marino
Joseph George tenía apenas 19 años, y era estudiante en la Freiburg University (Universidad de Friburgo), cursaba el 3er semestre de ingeniería urbana. En su clase de arquitectura jónica se integró Cindy Oraly procedente de Brístol, Inglaterra, con quien estableció un lazo de amistad y compañerismo.
Ambos se separaban para tomar sus otras clases, pero se ingeniaban para verse en el comedor universitario, o después de clases en los jardines de la universidad. Él la amaba, y todo parecía indicar que ella también se sentía fuertemente atraída por él.
Él estaba consciente que no podría permanecer mucho tiempo en la friendzone, pues Cindy era muy bonita y algún otro muchacho vendría a cortejarla. Pero era bastante tímido y no se decidía declararle sus sentimientos. Ella lo alentaba discretamente, pero no conseguía vencer su pusilanimidad.
Y la casualidad vino a resolver la embarazosa situación. Una tarde estaban hablando de una clase en la cual se referían a algunos elementos de la tabla periódica. Hablaban en francés, y en un momento el tenía que nombrar el oro; pero no recordaba cómo se dice en francés.

Era una situación absurda, que no recordara como se dice algo en su lengua materna. En inglés y en alemán dice igual, Gold, pero eso no le servía. Ella captó la turbación de Joseph, pero a su mente también se repetía la palabra gold.
Buscando una alternativa hurgaron entre sus libros, por ver si llevaban un diccionario políglota. Pero entonces, él se dio cuenta que ella llevaba una sortija de oro. Entonces él le tomó la mano para señalarle la joya, y sucedió el milagro: en ese instante los dos recordaron que oro se dice lôr. 
Se rieron de la inexplicable turbación, y en ese momento que tenían las manos sujetadas, y a sentir la tibieza y suavidad, él se sintió invadido de valor y le dijo pausadamente “te amo”. Ella se ruborizó levemente, y suspirando ligeramente le dijo “… y yo también te amo”.
Esta anécdota es relatada por el psicoanalista Sigmun Freud (Froid) en su libro Psicopatología de la Vida Cotidiana”, para señalar la importancia de los olvidos, aunque a veces consideremos que sean algo malo en el funcionamiento de nuestra mente.
Freud asegura que nuestra mente es tan perfecta que no hay cabida para el olvido, y cuando algo se bloquea y no podemos recordar, quizá haya un motivo encubierto, como el caso de los dos jóvenes estudiantes. Había entre ellos una barrera de timidez, difícil de rebasar.
En apariencia, olvidaron una palabra que hasta les era familiar, pero había un propósito: un acercamiento físico y corporal que ayudaría a superar cualquier frontera mental. Todo volvió a la normalidad cuando entraron en contacto.
Sigmund Freud nació en Príbor, Moravia (actual República Checa), el 6 de mayo de 1856. Fue un científico dedicado a la investigación en el campo de la neurología, cambiando progresivamente hacia el estudio de las afecciones mentales. Aplicó técnicas de sugestión hipnótica en el tratamiento de la histeria, pero luego cambió al método catártico de la asociación libre y la interpretación de los sueños.
Freud insistió en la existencia de una sexualidad infantil perversa polimorfa, con lo cual causó un rechazo generalizado de la sociedad puritana. A pesar de la hostilidad que tuvo que afrontar, Freud acabó por convertirse en una de las figuras más influyentes del siglo XX por  su aportación al campo del pensamiento y de la cultura en general.
En 1923 le diagnosticaron cáncer de paladar, a consecuencia de su adicción a fumar puros, por lo que fue operado hasta 33 veces. Por lo mismo padeció sordera del oído derecho,  y a usar una prótesis. Nunca dejó de fumar, a pesar de su enfermedad y continuó trabajando como psicoanalista y no cesó de escribir y publicar un gran número de artículos, ensayos y libros. 
El 23 de septiembre de 1939 murió después de serle suministradas tres inyecciones de morfina para atenuar sus dolores. Fue incinerado en el crematorio laico de Golders Green, donde reposan sus cenizas junto a las de su esposa Martha.

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