lunes, 28 de noviembre de 2016

ARTICULO

 La Réplica de Porfirio Díaz

(Hybris: la Droga del Poder)

                                                                          Juan López
    El Héroe del 2 de Abril  fue el joven militar Porfirio Díaz Mori por la fecha en que logró poner en retirada a los invasores franceses, quienes desde entonces asediaban Puebla en su ruta para arribar a la Ciudad de México y establecer en el país una sucursal del imperio de Napoleón Le Petit, delegando funciones en el rubio Maximiliano, archiduque de Habsburgo.
     Ese bizarro soldado, unos años después,  entregó a Benito Juárez la recuperada capital de la república. Con un futuro tan prometedor el suyo lograría después de Sebastián Lerdo de Tejada ser el primer Jefe de gobierno mexicano que se eternizara en la silla presidencial. Juventud heroica, madurez comodina, vejez sórdida. Denominador común que ha agredido con cruel ferocidad a los mejores líderes de la humanidad. Hasta la vida en sí es tenaz y perpetua metamorfosis. Eurípides lo dijo: Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco.

    El poder es una droga y más dañina cuando la posición de mando no llega por accidente sino que tú la construyes con una revolución. Los griegos también investigaron los orígenes de esta enfermedad y la denominaron Hybris: desmesura, locura e ira: orgullo que ciega a los débiles de espíritu y hace que quien la padezca se convierta en la víctima arrogante que actúa de manera locuaz, contra el sentido común. El caso más claro de Hybris en la mitología griega se achaca a Ícaro, quien se atrevió a desafiar al sol volando en directo hacia él y, otro caso es el del rey persa Jerjes que ordenó darle de azotes al mar cuando una tormenta destruyó su flota.
    Sin embargo otro procurador de la embriaguez del poder queda a cargo de los aduladores. En Roma la lisonja es un arte: Polibio. Hizo necesario esta pandemia agregarle al emperador un sabio viejecillo cuya ocupación fue a cada momento recordarle al vitalicio que solo era un ser humano. El poder no tiene cura, el jefe no se equivoca, el Estado soy yo, la historia me absolverá. En donde pisa mi caballo no vuelve a crecer la hierba. Moral es un árbol que da moras. Una hoja no se mueve en mi reino si yo no lo ordeno. Historias que reclutan cantidad de expresiones, todas relativas a la grandeza que algunos hombres creen poseer por encima de los mortales.
    El caso actual, el de Fidel Castro. Sí, fue todo lo que sus sicofantes y fanáticos le adjudican: rebelde, héroe, revolucionario, comunista, Padre de la Patria, convertidor, infalible, invulnerable, único, santo. Pero lo fue cuando mucho hasta los cuarenta años. Primero repitió lo que los emperadores romanos hacían siempre cuando regresaba su general victorioso de alguna conquista: en el propio convite que le ofrecían, lo envenenaban. Así cayó el fraterno Camilo Cienfuegos -Voy bien, Camilo-, camarada de sangre y emboscada. Huber Matos que sufrió años y años de cárcel sólo por proponerle al comandante supremo de la revolución que Cuba convocara a elecciones. Y miles, miles más que se pierden en el anonimato por su baja jerarquía. El Ché Guevara vio en la videncia de su presagio que sería fusilado por la egolatría malsana de Fidel, en quien descubrió la brutal patología del poder y planeó el espejismo de acudir a Bolivia donde encontró la muerte. Él iba a convertir al socialismo a toda América Latina. No le gustaba la idea de que Cuba fuera su panteón sin pena ni gloria.
    Lo grande, lo titánico, lo formidable y colosal que fue -FUE-, Fidel concluyó en una burocracia policiaca, en un Estado abrasivo, donde ningún ciudadano tiene pasaporte, son más los asuntos prohibidos que los permitidos. Los cubanos resistentes, creativos y productivos que no aceptaron la esclavitud civil, viven en Miami: exiliados como si el ostracismo no hubiese sido una tortura vesánica eliminada por la civilización.
   Fidel Castro se burló hasta de la lógica: a sangre y fuego combatió a Fulgencio Batista por perpetuarse en el poder. Aquel huyó cuando la guerrilla lo acosó. El viejo régimen llevaba una reelección de ocho años en el gobierno. No imaginamos siquiera que quien acosaría al “dictador” Fulgencio iba  a perpetuarse en La habana hasta que la muerte lo llamara: 57 años como Franco, igual que Fidel Velásquez, de gran similitud con el Otoño del Patiarca.
    Telón.
    PD: “El emperador siempre tiene razón”: Jenofonte.

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