jueves, 15 de diciembre de 2016

COLUMNA

 Denme todo el power


Apolinar Castrejón Marino
Adolfo Hitler fue un soldado típico, con poca educación y cultura, pero era un oportunista, y tenía una gran visión política. Así quedó demostrado cuando utilizó un discurso lleno de sentimiento de orgullo nacional, para exaltar la grandeza del pueblo alemán, y luego les dijo que sería mejor que buscaran a otro líder, porque él estaba dispuesto a luchar hasta la muerte en beneficio de ellos, pero que no se sentía suficientemente libre de tomar las acciones extremas que se necesitaban.
Hasta hizo la pantomima de que se iba a bajar del estrado, provocando que la multitud lo ovacionara, y le pidiera que encabezara la lucha, asegurándole que lo seguirían fielmente. Con estos desplantes, su poder superó con mucho al mando presidencial, que ostentaba el mariscal Oskar von Hindenburg.

Ya solo le quedaba pendiente tomar el control del ejército, lo cual era un reto, pues lo consideraban inferior en grado, porque en la Primera Guerra Mundial solo había conseguido el grado de cabo. Pero el 30 de enero de 1933, fue nombrado Canciller por el presidente Hindenburg, con lo cual se convirtió automáticamente en comandante de las fuerzas armadas. Así, ya no le quedaba enemigo enfrente, lo que le permitió todos los excesos que ya conocemos.
Napoleón Bonaparte fue un militar francés muy brillante, y también fue político que conquistó los más grandes puestos hasta llegar a Emperador… y ni siquiera era francés, pues nació en Córcega, razón por la cual lo llamaron “El Gran Corso”.
Fue general de la República, Primer Cónsul y Cónsul vitalicio. Fue proclamado Rey de Italia el 18 de marzo de 1805, y coronado Emperador el 26 de mayo del mismo año, llegando a ostentar ambos puestos. La razón de su éxito fueron sus maniobras tácticas, y sus desplantes para manejar a las multitudes.
Durante su juventud estuvo algunos años en Egipto, manteniendo la ocupación de las fuerzas francesas, hasta que decidió volver a Francia a dirigir el golpe de Estado, con el cual se convirtió en Primer Cónsul de la República.
Sus enemigos políticos lo acusaron de abandonar a sus tropas, en un intento por invalidar sus acciones, y anular su nombramiento. Pero no sabían que su ausencia había sido autorizada por el Directorio, que era la autoridad dentro y fuera de Francia.
Napoleón aprovechó este lance de sus oponentes para hacerse el mártir y exigir mayor autoridad. Pronunció un discurso en el cual aseguraba que le dejaría el poder a quien ellos quisieran, pero que se comprometieran a revertir las derrotas militares que les había propinado la Coalición, formada por Gran Bretaña, Austria, Rusia, Nápoles y Portugal.
Los franceses se impresionaron por este dramatismo, y le concedieron todo el poder que quería para rebasar a sus más poderosos oponentes, como Lucien quien se desempeñaba como cabeza del Consejo de los Quinientos, y a otros Directores como Roger Ducos y Talleyrand. 2 años más tarde fue coronado Emperador, con pompa y boato, que no se han vuelto a ver.
Hasta el insigne cura de Carácuaro José María Morelos se aventó un lance dramático cuando pronunció su discurso ante el Congreso, que el mismo había nombrado, y les dijo a los diputados que aunque él les había dado su nombramiento, no tenían por qué obedecerlo, pues solo era un “Siervo de la Nación”.
¡Y que le agarran la palabra! y se dedicaron a disfrutar su papel de diputetes, sin que nadie los pudiera controlar: se concedieron los más altos sueldos, se hacían llamar eminencias, y exigían privilegios.
Continuando esta tradición, el General Salvador Cienfuegos Zepeda, actual Secretario de la Defensa Nacional de nuestro país, se lamenta que los “probecitos” soldados no tienen leyes que los defiendan de la delincuencia organizada, quienes le han causado nomás 4 mil 153 bajas.
Y dice que ellos no hubieran querido salir a las calles a hacer el trabajo que corresponde a las policías, pero que fue el chaparro presidente Felipe Calderón quien los obligó. Así que lo que quiere es reformar la Constitución para que los soldados puedan matar a los delincuentes y a los ciudadanos, sin que ponga en duda su honorabilidad. Tan insigne señor cree que todos somos tontos ¿No?

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