viernes, 20 de enero de 2017

ARTICULO

Lo cotidiano de una
 familia campesina

 

César González Guerrero
Un saludo afectuoso a los hombres y mujeres integrantes de la Generación de los años 50s, 60s y 70s.
Está demostrado que actualmente, a diferencia de la época antigua en que funcionaba el llamado Trueque, todas las Sociedades humanas se mueven en torno al dinero y este a su vez es resultado del trabajo productivo. Es un círculo mediante el cual se presentan otras variables como son distribución, ingreso, salario y consumo. Cada una de ellas representa un factor importante en cualquier economía.

Aunque tal vez las condiciones socioeconómicas ya no sean las mismas, quienes vivimos la experiencia de pertenecer a una familia campesina de la época de los 50s, como la mayoría de los guerrerenses, sabemos muy bien que solo mediante el trabajo, con esfuerzo, logramos desarrollar orgullosamente, una economía familiar modesta y digna, algunos con mucho sacrificio alcanzamos posiciones económicas jamás imaginadas.
Lo anterior es un aspecto que se debe reflexionar ahora para demostrar que si es posible lograr metas, aun sin fijarlas. Al menos en mi caso, y quizá de muchas personas, jamás imaginé lograr una profesión, un empleo, mucho menos un cargo importante en algunas áreas del sector público, social  o privado. Sin embargo, al revisar lo pasado, a partir del origen humilde y de pobreza, observas que increíblemente, lograste salir adelante sin saber cómo. Todo parece ser como un sueño.
A manera de ejemplo y con muchos detalles pendientes de recordar, como experiencia personal, en nuestro caso mi Padre, como seguramente sucedió con muchos campesinos de la época, desde su matrimonio, en el año 1951, inicia su vida familiar sin un patrimonio, sin tierra para trabajar y obligado, para sobrevivir, a “alquilarse” como peón, como arriero y simultáneamente a apoyar a su padre, mi abuelo, en todo el proceso de labrar la tierra, esa si de su propiedad. Finalmente es beneficiado con un “pedazo” de tierra y a partir de ahí empieza a forjar su futuro. A parte de sufrir otras situaciones difíciles en materia de salud, despojos y abusos de personas y autoridades de la época que espero tratar en otra oportunidad.
Posteriormente, los 5 miembros de la familia campesina  como la mía, integrada por un Padre, una Madre, un Hermano Mayor y dos Hermanas Menores, a muy temprana edad, digamos los 5 años, tiene la obligación de levantarse de madrugada es decir a las 5 de la mañana, para empezar sus labores diarias: las 3 mujeres (incluida mi Madre) “barrer” la calle, el amplio patio y todos los espacios del hogar, preparar los alimentos (desde “juntar” la “lumbre”,  “poner” el “niscome” que es un proceso sumamente difícil porque hay que colocar y hacer “arder” la leña en el “fogón” o en pleno piso de tierra, introducir el maíz hasta alcanzar un buen “cocido”, lavar hasta en tres ocasiones este producto),  “moler el nixtamal” en el “metate” y con su respectiva “mano” o bien apoyándose con los antiguos molinos de mano, “echar” o “golpear” tortillas (se decía “memelas” “gruesas” y “delgadas”), “machucar” el chile (en molcajete y con la piedra respectiva), “poner” los frijoles “apozonques” y el café de marca “tineo”, nada más, para que a las 7.30 de la mañana los pequeños y el Padre “coman” o “lleven” “algo” en el estomago (aunque sea café), antes de salir a la escuela y al campo, respectivamente.
Mientras el Padre y los hijos se dedicaban a sus actividades correspondientes de 7.30 a 13 horas aproximadamente, la Madre sola, se dedicaba a preparar la “comida”, consistente en lo mismo pero ahora para que al salir de las clases, los pequeños alcanzaran a su padre llevando sus alimentos al terreno. Previamente, despojado de su camisa de mezclilla “sudada” y su viejo sombrero casi deshecho, el Padre en una soledad inolvidable, a las 12 del día, dedicaba unos minutos para “cestiar” bajo un árbol frondoso, hora en la cual el sol estaba en todo su esplendor, saboreando unas ricas “memelas” “dobladas” “embarradas” de chile o frijoles, o simplemente “remojadas” con agua y sal, “recalentadas” en brasas. Finalmente, “empinando” su inseparable “bule” de agua de rio (por cierto muy rica) mitigaban por un momento el hambre y la sed mientras llegaba la “comida”. Claro, fueron otros tiempos.
Después de las 6 de la tarde, todos los días, padre e hijos regresan a su hogar, tal vez pensando en llegar a “cenar” nuevamente unos ricos frijoles “apozonques”, con chile “machucau”, su “memela” “echa” a “mano” “gruesa” o “delgada”, una taza de café de la popular marca “tineo”, y si bien le va acompañado de unas galletas de “animalitos”, “jarochas” o “norteñas”. Después de ello, entre 6 y 7 de la noche, los pequeños a hacer sus tareas apoyado por el Padre, y enseguida un “rato” de juego entre 7 y 8 de la noche y finalmente a dormir en su cama de “otate”, “vara” o “mecate” (“riata”) si no es que en el “suelo” “tirados” en un “petate”.
Si anunciaban alguna función en el único cine del pueblo propiedad de mi padrino Ismael Peláez, iniciaba el protocolo desde las 6 de la tarde solicitando al Padre permiso y dinero para la entrada. Ya sabrán nunca había dinero, sin embargo no faltaban las vecinas solidarias y generosas como Ma´Tomasa, Ma´Clarita y Doña Rosa Pérez, que a cambio de la venta de agua nos adelantaban los 20 o 50 centavos y con ello se resolvía el problema. Eso fue casi todos los días y durante más de 7 años. Qué momentos. Fueron tiempos buenos e inolvidables. Los de ahora obviamente, podrán ser mejores pero para mí, “quien sabe”. Es cuestión de enfoques.

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