martes, 3 de enero de 2017

ARTICULO

 Tras el milagro mexicano


Edilberto Nava García
“Cuando los mexicanos sepan leer y escribir, México será más grande, más próspero, más feliz”, tal fue la expresión brillante que un mandatario mexicano emitió en un acto masivo con campesinos, quizá en atención de que ancestralmente el sector agrario del otrora partido hegemónico era pieza angular y garantía de triunfo electoral pero que, pese a ello continuaba en la marginación y, en su mayoría, analfabeta.

Sin embargo medio siglo después con todo y las políticas públicas dirigidas a abatir ese rezago, el sector campesino continúa siendo el de mayor índice analfabeta, pues si hemos de comparar, cuando aquel mandatario –Díaz Ordaz-, dijo que los mexicanos seríamos prósperos y felices si sabíamos leer y escribir, esos campesinos tenían al menos para comer, vestir y poseían modestas viviendas. Las parcelas tanto en bienes comunales y ejidales producían lo necesario para la subsistencia, aunque muchos labriegos no echaran mano de los créditos bancarios, ya que únicamente lo hacían los ejidos colectivos.
En aquello años, reacios al fin, muchos campesinos no acudieron al llamado a la alfabetización, algunos en alusión a aquella frase de “las letras no entran cuando se tiene hambre”. Pues bien, esos campesinos ahora son ya ancianos y a estas alturas están más convencidos que las simples letras no dan de comer. En efecto, en el grueso de la base social mexicana hay infinidad de profesionistas que en mucho saben leer y escribir y hasta tratar diversos temas del saber, que van de un lado a otro y no consiguen empleo; en tanto que en el medio rural, cierto más comunicado por brechas de acceso, con servicios como luz eléctrica y agua potable están sin dinero; no pueden sembrar sus parcelas a falta de insumos y como el fertilizante natural o de corral casi ha desaparecido, los orilla de nueva cuenta a sufrir hambre.
El gobierno lo sabe, le consta. ¿No acaso el régimen que encabeza Peña Nieto ha implementado y puesto en práctica la “Cruzada nacional contra el hambre”? Y pensar que muchos vivíamos en la creencia que sólo el campo mexicano sufría los rigores de la escasez y que tal vez con una mirada y una manita del gobierno federal se solventaría tal marginación. Pero no. El problema no se quedó como sello distintivo en el medio rural, sino que avanzó hacia el medio urbano. La migración campirana se insertó en él a lo largo de varios lustros tras el llamado “milagro mexicano” y bien pronto se constituyó en cinturón de miseria cada vez más ancho en torno a las ciudades.
 En ocasiones uno reflexiona en medio de esta lacerante realidad. ¿De verdad servirá en algo que los mexicanos sepamos leer y escribir? ¿Quiénes viven de saber hacerlo? Si, si, dirán algunos, al menos los periodistas, universitarios y empíricos viven de ello, es su herramienta. Pero, ¿cuántos más? Rosario Robles, secretaria de Desarrollo Social del gobierno federal, de momento echa las campanas a vuelo diciendo que los comedores comunitarios y escolares ahuyentan el hambre. No sabe la funcionaria que abundan casos, como en Mártir de Cuilapan, donde el comedor comunitario lo opera un familiar del alcalde y quienes ahí consumen son pocos ancianos y muchos empleados públicos municipales. En pocas palabras, la falta de supervisión, la corrupción y el importamadrismo continúan y dan la apariencia de que aquí no pasa nada.

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