viernes, 17 de febrero de 2017

ARTICULO

 Sea ésta, la Hora de Dios
 
Juan López
Las olas vienen y se van… Con este vaivén Acapulco dio a luz a un encuentro decembrino donde todas las culturas sociales de México se sumaron a un objetivo primordial: divertirse. Este sol tropical de temperaturas sensuales, no da lugar a otras digresiones, más que a las estrictamente permitidas. No podemos perder el tiempo en -por ejemplo-, preocuparnos por el gasolinazo mientras la madre natura nos presta el crepúsculo de Pie de la Cuesta: “Quiero morir cuando decline el día / en altamar y con la cara al cielo / donde parezca un sueño la agonía y mi alma un ave que remonta el vuelo”. Considero explicar que siento en las entrañas de mi espíritu que a don Manuel Gutiérrez Nájera, El Duque de Job, lo abordó la inspiración de estas elegías mero aquí en el litoral de nuestro Océano Pacífico.
Pie de la Cuesta se halla, como estaba América antes que la hoyara Cristóbal Colón: tan virginal y baldía, esperando ser descubierta por alguno de los inútiles secretarios de turismo que padecemos: local, estatal y federal. Ni Japón ni Dinamarca ni Corea disfrutan de estos maravillosos atardeceres. Paul Gauguin se fue de eremita a Tahíti a colorar los lienzos que ya son clásicos; nunca supo de Acapulco y su filón poniente, de tal suerte que se perdió de inmortalizar algunos tonos celestiales y rojizos que sólo nuestro ocaso prodiga.
Existen maravillas reales en las playas de Acapulco; frente a ellas cualquiera claudica. La brisa coqueta de Caleta es una virtud, como el risco caprichoso y cerril de La Quebrada. O esa hermosa playa de Icacos tan reiterante que asume su oleaje como el estribillo de una melodía seductora. Solo hay que  imaginarse cómo fueron aquellos cantos de las sirenas en La Odisea que, durante el periplo de Ulises encantaban a los marineros que besan y se van, para entender por qué nuestros bellos balnearios poseen la condición de ser, mágicos encuentros con el turista nacional que nos prefiere pese a la grande propaganda adversa y desfavorable, generada por una sistemática violencia que envilece y deshonra a Guerrero, envolviéndolo en un halo pernicioso, indigno de nuestra sociedad civil.
Redacto desde nuestro paraíso recobrado. No es consuelo alguno el mal de muchos. Acaban por escenificarse balaceras en Cancún y Playa del Carmen. La violencia es reprochable siempre, en cualquier parte y en la forma que se comisione. El infanticidio de Monterrey ya nos caló en el espíritu. Estamos anonadados. Si la vida se vuelve una moneda de cambio seremos mercaderes del infierno.
 Queremos paz social, libertad individual y bien colectivo en todo México. Sea ésta, la hora de Dios. PD: “Saúl mató a mil. David mató a 10 mil”: La Biblia.

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