martes, 13 de junio de 2017

NOTA

Dejó de estudiar David para
cuidar los chivos de su abuelo
José Molina.--David no sabe que este día, 12 de Junio se celebra el “Día Mundial Contra el Trabajo Infantil”. Trabaja cuidando una manada de chivos, como cualquier otro fecha, en el campo.
Es un niño que aparenta 7 años de edad, aunque él asegura que tiene 5. Solo estudió el kínder porque su mamá y abuelo lo alejaron de sus estudios para que se dedicara a cuidar una manada de chivos, propiedad del anciano que ha perdido la vista.
El pequeño pastorea unos 15 animales entre las hiervas y espinos que cubre la presa Cerrito Rico, en la capital del estado de Guerrero, junto al cuartel central de la Policía del Estado, zona que se ha convertido en una de las más peligrosas en los últimos años.
Al observar a un par de reporteros que buscaban un
acercamiento con él, David apresuraba el andar de sus chivos para alejarse. Después de un rato, accedió a platicar siendo tajante en algo: no vende los chivos porque son de su abuelo.
Primero mostraba una actitud tímida, y mientras platicaba, se ocultaba detrás de un frondoso árbol, escabulléndose de las miradas.
Relató que hace poco terminó de estudiar el jardín de niños, pero debido a que su abuelo perdió la vista ya no pudo pastorear sus chivos, por lo que tuvo que tomar su lugar. Ya no ingresó a la primaria, pero sueña con volver a la escuela.
El pequeño está flaco y su piel está quemada por el sol. Sus huaraches cruzados dejan verle los pies con algunos raspones, sucios por tanto andar entre el polvo y lodo.
Todos los días sale de su casa como a las diez de la mañana. Arrea las cabras todo el día, hasta las seis de la tarde. Por momentos se oculta del sol bajo los árboles, pero casi todo el tiempo lo pasa caminando.
Antes de salir de su casa almuerza y su comida es hasta que regresa, ya cayendo la noche. Él no sabe de tres comidas al día pero, dice que le gusta el chorizo y los huevos.
Para trabajar se lleva una botella con agua que a las dos de la tarde, ya se había acabado. Por eso cuando se le ofrece un refresco, su semblante cambia radicalmente y suelta una sonrisa tímida. Inmediatamente responde que sí.
David recibió la bebida en una botella de plástico que no pudo destapar, hasta que recibió ayuda. Ahí, el pequeño mostró la fragilidad de su edad y, el cansancio que provocan tantas horas de trabajo. Pero ante sus chivos, se impone con vara en mano.
Después de un rato sus chivos se distanciaron y David, fue por ellos. Al regresar, ya entrado en confianza, se sentó en una roca para seguir conversando con los reporteros.
Mencionó que tiene hermanos un poco más grandes que él, quienes trabajan construyendo casas, es decir, son peones de albañil. Pero de su mamá sabe poco; trabaja, pero desconoce en qué, y en dónde. Su papá es policías, pero vive aparte.
El niño no sabe exactamente cuántos años tiene, cuántos tiene su mamá ni su abuelo. Mucho menos cuándo es su cumpleaños, aunque aseguró que tiene cinco años y “a veces le festejan con un pastel”. Asegura que recibió regalos en su última fiesta, pero no se acordó de ninguno.
En sus mínimos ratos libres, David practica fútbol con sus primos. De juegos y juguetes no sabe mucho, pues todo el día trabaja.
A lo lejos vio a su hermano; un niño como de 12 años, serio, de mirada recia. Cruzó frente a David y los dos reporteros sin decir una sola palabra entró a un viejo cuarto de madera que está en el mismo campo, guardó herramientas y luego se retiró.
David tampoco le dirigió la palabra. Solo lo observó y enseguida dijo que ya tenía que llevar a sus chivos a otra parte. Los arreó nuevamente y se alejó entre los arados de la tierra. Para él, no hubo nada que festejar este día. Su sueño de ir a la escuela, sigue siendo eso; un sueño. (API).

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