martes, 22 de agosto de 2017

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
JUAN LÓPEZ ASTUDILLO
-Ganadero-

“Desde que ya me hice el viejo, las corridas que yo tuve no las he visto jamás”
Don Juan López Astudillo refirió que llegó a ser propietario de “unas doscientos reses, o tal vez un poquito más”, pero de entre su famosa ganadería sobresale una vaca que tuvo el apodo de “La Paloma” misma que llevaba a los corrales y plazas de toros de las ferias en los estados de Guerrero y Morelos “y hacía desastre”. Uno de los más famosos ganaderos de Guerrero nos concedió la entrevista la tarde del 18 de marzo de 2010 en un potrero que se localiza frente a su casa en la ciudad de Tixtla, entre las calles de Ignacio Campos y Justo Sierra. 
-¿Cómo era esa vaca que usted llamaba La Paloma?
“Uhhh, bravísima. La llevaba a los corrales de toros. Era blanca, y era bandida. Cuando la metíamos al corral hacía desastre. Revolcaba gente y hacía diabluras, era un animal bravísimo. Me bajaba del caballo, iba yo y le ponía la reata y la sacaba jalando, así como estaba de endiablada. A mi me respetaba”.
-¿Cómo llegó La Paloma a sus manos, don Juan?
“Se la compré a un señor que aquí tuvo mucho ganado, se llamó Tilo
Muñoz y andaba yo con él agarrando sus yeguas. Me decía: Juan, venme a ayudar a agarrar unas yeguas. Si, hombre. Y en una de esas idas me gustó la vaca y se la compré. Me la vendió y fue con la que empecé a hacer suerte”.
-¿A qué le llama usted “hacer suerte”, don Juan?
“A que el Señor Dios me bendijo con una cantidad de ganado más o menos regular y junté más de doscientas reses, puro ganado corriente. Empecé con tres vaquitas, poquitas, pero llegué a ordeñar como una diez cuando después tuve un establo aquí en la casa. Diez vacas de ordeña, pura seleccionada, porque a mi siempre me gustó lo bueno. Pero mi esposa después empezó enfermar y me dice: Vamos vendiendo las vacas; Juan, ya no quiero ésta mortificación. Si vieja, las vendemos. Y luego al otro día las vendí”.
Don Juan nos recibió para la entrevista en un amplio espacio a la entrada de un Potrero que desde hace años construyó frente a su domicilio en la ciudad de Tixtla. Es una construcción de adobe y teja con amplios portones. Su interior está rodeado de corraletas donde abrevan las bestias que son cuidadas por vaqueros que no cesan en sus actividades surtiendo de agua y pastura al ganado que, como dice don Juan, “es bravísimo” y hay que andarse con cuidado.
A sus setenta y siete años de edad se le ve fuerte, de rostro severo y tocado por un sombrero de la región que luce con orgullo y que forma parte importante de su personalidad. En el diálogo expresa sencillez y cordialidad sin perder sus características de hombre recio, de esa gente ruda de campo y de a caballo.
Don Juan López Astudillo es un hombre apacible y de voz pausada, su hijo Rafael, que es Profesor y quien concertó la entrevista explicó que a su edad su padre es aún ágil y vigoroso jinete. Todos los días monta a caballo, cabalga, laza y cuida con esmero el poco ganado que conserva y que ha sido su orgullo, su fama y su carta de presentación como un ganadero de leyenda en los estados de Guerrero y Morelos, donde es muy estimado.  
Siempre está rodeado amigos que llegan a platicar con él. No hay tarde que no lo visiten  algunos de sus hijos y nietos, en su mayoría jóvenes y muchachas estudiantes, algunos de ellos convertidos ya en destacados profesionistas. Toman asiento a su alrededor mientras don Juan disfruta del descanso en su silla favorita que es blanca, de plástico, desde donde comparte un sin fin de anécdotas de su fructífera existencia y sobre todo de su paso por las plazas de toros de las ferias más famosas del estado donde debido a sus temerarias acciones cobró fama como rejoneador y hoy es toda una leyenda.
Juan López Astudillo nació el 6 de mayo de 1933 en la ciudad de Tixtla. Fueron sus padres don Donato López y doña María Astudillo Alarcón. Tuvo nueve hermanos. Su papá fue comerciante.
“La compra y venta de ganado me gustó mucho desde jovencito; anhelaba yo tener unos dos o tres animalitos y logré que se compraran algunos. Dios me bendijo y llegué a tener muchito ganado. A la edad de 25 años tenía yo tres vaquitas. Ya me había casado. Aquí en un baile conocí a mi novia quien luego sería mi mujer. No me acuerdo cuándo me casé. Tuvimos nueve hijos. Mi esposa falleció y se me quedaron los hijos y les di estudio, los formé para que fueran maestros. Estas palabras me las dijo mi mujer: Juan yo ya no voy a vivir, pero dejo a mis hijos en buenas manos. Le dije, sí vieja; pierde cuidado, yo voy a ver por ellos, Y lo cumplí. A todos los formé, a todos”.
-¿Cómo se hizo usted de fama y cómo llegó a darse a querer con tanta gente, don Juan?
“La cosa de cuando me hice muy famoso con muchos amigos importantes fue cuando estaba joven, que iba a los toros a Iguala, por allá por Huitzuco y conocí a mucha gente importante como el ingeniero Rubén Figueroa Figueroa quien me estimaba mucho, me ayudó bastante y todos los Figueroa, y de ahí agarré muchísimo amigo. Quizá usted haya conocido a mi tío Pablo Astudillo. Ese hombre me veía aquí muy marchito por la muerte de mi esposa, yo la quería y me sentía mal. Y vino un día, fue sábado, en la mañanita, me acuerdo. Y me dice: Carajo, Chato, vamos a Iguala. Pero lo digo: Tío Pablo, ¿qué voy a hacer a Iguala? Y como a mi me gustaba torear porque a los mejores toros yo los toree, yo los banderilleé, bueno, sabía hacerlo. Y me dice: Vamos para que tantito se te vaya olvidando el estrés que traes tan fuerte. Tanto me estuvo diciendo que le dije: vamos, lo paso a traer a Zumpango, porque ahí vivía. Aquí tenía un amigo, un señor grande que se llamaba Benigno, y le dije: vamos a los toros a Iguala. Yo nunca había ido. Nos fuimos y pasamos a traer a mi tío Pablo. Yo no conocía a nadie, a nadie. Llegamos a Iguala con el hombre que se llamaba Félix Dircio, se quería mucho con mi tío Pablo, me presentó con él, se juntaron los amigos, allí nos dieron de comer y ahí metimos las bestias y en la tarde nos fuimos a los toros. Y entonces, todos los Figueroa, don Meño era un hombre que le gustaba el caballo y carga uno muy bueno, un prieto. Yo llevaba buen caballo pero me gustó el caballo y le dije a mi tío: Dígale a ese señor güero que si no me vende ese caballo. No, pues, Epigmenio millonario, ¿cómo lo va a vender? Y le dice: don Pablito, a penas ando estrenando el caballo, apenas lo fui a traer. No lo vendo, si no, con todo gusto. Me lo presentó mi tío Pablo e hicimos una amistad muy grande, muy crecida porque ya después yo iba a festejarle su santo, su onomástico, le llevaba la corrida de toros de aquí y hubo un tiempo que yo fui a pasar mi santo allá y él me recibió con música, comida, todo y yo llevé a los toros de aquí. Nos pasamos unos ratos tranquilos pero hay nos fuimos. Allá me fui haciendo de harto amigo, mucho amigo y como vieron que, hasta da pena decirlo, era yo muy regular para andar a caballo, muy bueno para lazar, para banderillar un toro. El toro más bueno que hubo en Iguala, lo banderillé. Viendo eso estos señores, uno era de la mesa de la ganadería y nos llevaron y nos invitaron a lazar nada más a eso a Coyuca de Catalán. Fuimos a jugar unos toros allá. Los de Iguala llevaron pura selección, no llevaban un torito cualquiera, llevaban puro toro pero peligroso, pues. Y me fui con mi tío Pablo, nos pusieron carro y nos fuimos hasta Coyuca y gracias a Dios fui a quedar bien. Fuimos tres, mi tío Pablo y un primo que se llamaba Chon, pero, no, para esos toros no. Toros muy peligrosísimos, y tuve el gusto de banderillar un toro que se llamaba ‘El Marrano’. A esos toros no cualquiera les hablaba, no. Y sí, lo banderillé. Pero la música no se oía de tanto aplauso y más que las gentes allá son mal hablados. Me gritaban: ‘Ora viejo cocho –con perdón de usted- vuélvale a sacar otra vuelta como la que le sacó al toro’ y yo como que me molesté y que me voy al palco y que pido una banderilla. Dice mi tío Pablo, no Juan, ¿qué vas a hacer? Le digo: lo voy a banderillar, y me dice: no, es mucho arriesgarle. Pues, ora ya la traigo, ora ya ni modo. Y por suerte en la primera vuelta le puse la banderilla al toro. No, pues, me paré grande el cuello ahí, y así fue como hice de tantísimo amigo. Ahora hasta la fecha yo sigo trabajando Huitzuco, voy a traer ganado, pero tengo mucho amigo, mucho amigo, bien controlados mis amigos, me estiman, me hablan por teléfono, pero ya de los amigos mayores, ya se acabaron”.       
-De su ganado, don Juan, que cubre toda una historia de fama por ser ganado bravo, ¿qué animales recuerda usted como su orgullo?
“Ah, pues mucho toro bueno que tuve. Uno se llamaba El Cerro Grande, El Camarón, El Gato, Chivo, bueno llegué a tener treinta y cinco toros, puro ejemplar. Juagaba yo a veces tres corridas en el mismo día en diferentes plazas. Tuve de lo mejor que hubo de toros en Guerrero. Desde que ya me hice el viejo, las corridas que yo tuve no las he visto jamás, que jueguen una corrida como las que tuve yo. Pero ahora ya no. En primer lugar estoy solo con puro vaquero, estos amigos, mis hijos son maestros. En segunda, ya estoy viejo para sostener toda esa cantidad de animales. Ahora tenemos ganado alzado. Tengo por acá de este lado. No hemos acabado de pasar el ganado porque lo pasamos de lado a lado. Y por aquí de Petaquillas para acá arriba todavía tenemos unas vaquitas que no hemos podido pasar, briosas y bravas. Estamos yendo a pasar de a cinco o a como Dios nos da permiso agarrar y esa desventaja tiene mi ganado, muy brioso”.
-¿De dónde viene el origen de que su ganado sea muy bravo, don Juan?
“Pues yo tuve un toro que me regaló el ingeniero Figueroa, y de ahí vino una raza muy bonita de vacas y de ahí salieron muchas vacas bravas. Bueno, no tengo una mansa, para no alargarle. No hay una vaca mansa, que diga yo esa vaca la vamos a agarra y la vamos a amarrar ahí, no. Son de los más bravo que pueda haber”.
-Platíqueme don Juan, por favor, de los jinetes que usted conoció.
“Entonces no había jinetes como ahora, que hay chorro de jinetes. Nosotros conocimos allá a un mentado que le decían El Chile, de Palapa, El Platanillo, La Mija, El Mojarro, era de lo mejor que había en esa temporada porque montaba bien. Trajeron un toro de Tierra Caliente y ninguno se le quedaba, y un día según se anunció con el señor gobernador Figueroa al Mojarro y lo montó. A los primeros reparos venía echando maromas. Y se quitó su reloj el hombre (Figueroa) y se lo regaló, El Mojarro. Pero no era como ahora. Ahora están dedicados ya. Son una eminencia de montadores. Y entonces no, eran contados, improvisados los que se le quedaban a un toro de esa calidad. Ahora es raro que los tumben, aunque sean bravos los toros, se les quedan”.
-¿Cuál es el orgullo de un ganadero como usted cuando presenta sus mejores ejemplares en una tardeada, que el jinete se le quede o que el toro lo tumbe?
“Como ahora que ya se acostumbró esa cosa de que solamente es porrazo, no como primero, cuando yo tenía los toros, el lujo y el orgullo que llevaba yo, que llevaba toros valientes, bueyes, porque había bueyes capones, pero no hubo bueyes tan malísimos. Y ahora ya no. ya ninguno mete un buey a un ruedo, y entonces yo cargaba como unos ocho o diez bueyes. Pero bueyes que al entrar al corral eran unas fieras, y ahora ya no. Ya esos juegos no se ven, esas corridas tan preciosísimas que se jugaba a las cuatro de la tarde, cuando se metía el primer toro al ruedo y ahora lo meten a las nueve de la noche”.
-¿Se acabó la ganadería brava en Guerrero, la charrería, los jinetes?
“Pues, sí, la verdad sí, porque aquí no hay jinetes como los de antes que se bajaban de sus caballos se amarraban las espuelas y se montaban. Pero ahora hay una espuela especial para eso, para montar y era muy bonito”.
-¿Qué me dice de la ganadería en Guerrero?
“Ahora está completamente cundido de animales, mucho toro. Por allá donde ando yo, en Huitzuco, no hay una sola persona en todos los lugarcitos que he andado de Huitzuco, que ya conozco todos sus alrededores, no hay una sola persona que no tenga sus cinco, la corrida completa o o dos toros o tres, pero no hay uno que no tenga. Por aquí solamente yo era el que jugaba. Solamente Juan López en toda esta región, en la costa, todo, en Huitzuco, Iguala, Altamirano, Morelos  y ahora ya no”.
-Después de tantas experiencias, ¿qué mensaje le puede mandar a sus paisanos, a la gente que lo quiere, a todos sus paisanos?
“Lo que hice es que pude haber sido el único en cuestión de jugar los toros dentro del ruedo. Creo yo que no me ha de haber ganado nadie, ni lazando, ni toreando, ni nada. Tenía yo un orgullo muy grande, porque yo le sabía lazar un toro entre la partida de nueve toros que llevábamos a jugar, por lujo hacía yo que sacaran los nueve toros y el que íbamos a jugar aunque fuera en medio de los demás toros, con facilidad a ese le ponía la reata de los puros cuernos. Un lujo que me di pero completamente. Lo sabía hacer”.
-¿Y eso cómo lo aprendió, quién se lo enseñó?
“Yo solo. No me enseñó nadie. Fui a pegar banderillas. Aquí estaba un muchacho que se llamaba Sergio, muy de a caballo y banderillaba, pero ese me medio enseñaba, me daba según clase. Agarraba dos naranjas y las estacaba como un palo como un cuerno, metía las naranjas, y yo mandaba hacer las banderillas. Así que él la hacía de toro y yo de torero y le banderillaba las naranjas y así me fui haciendo y me fui haciendo y me gustó”.
-Cuál fue su práctica para lazar con tanta certeza?
“Animal que iba a agarrar, como hemos tenido animalitos delicados, chocante, tenía yo el orgullo con un hijo que falleció, el mayor, teníamos el orgullo de que decíamos: esa vaca la vamos a traer, pero con que facilidad. Y así como están ahora, pero a mi nada se me hacía difícil, es que estaba joven lo podía hacer y nada se me dificultó cuando yo fui joven”.
-¿Se siguen jugando los toros de Juan López en las plazas?
“Un toro que vendí en Quechultenango es el que andan jugando, ese fue de aquí de la casa, fue de los últimos pero está muy bien el toro. Es el único”.
-¿Por qué su ganado ya no se presenta en las plazas?
“Porque ya lo vendí, ya no tengo toros de juego”.
-Señor, le agradezco que me haya permitido platicar con usted.
“Al contrario, me da gusto”.
-¿Me da por favor el nombre de su esposa y de sus hijos?
“Mi esposa se llamó Salustia Salgado Ramírez. Mis hijos María Elena, Teresa, Mónica, Luz, mi hijo Mario, Rafael, Chico que ya es muerto, Juan y Rogelio. 
(Entrevista hecha en marzo de 2010).

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